11 junio 2006



La demagogia de las emociones.

Veo las cosas más ajenas en épocas que ahora no recuerdo. No sé. ¿Qué importa, además? Si al despertarme del sueño milenario en los estratos más profundos de mi conciencia oiré los ruidos.

Delante de mí, enigmática y dura se haya la imagen que me enfrentará con la realidad. Y yo ahí parado inmóvil, con el rostro abstracto por la aparición frígida, paralizado durante esos instantes que forman parte del tiempo y que no dan acceso a la eternidad.

Supe que debía iniciar ya mismo la exploración, despojándome de los prejuicios sentimentales que son la demagogia de las emociones. Tanto más impenetrables como más sutiles.

Ahora la imagen avanza violenta y decorosamente, como una suerte de corso que la distingue del resto de mis visiones.

Entonces sucede que los días comienzan a tomar un valor incalculable y pudo descifrar una especie de promesa absurda. Indagar las grutas de acero que conducen a mi memoria.

Corriendo frentenicamente entre la muchedumbre de mis fantasmas, palpita esa penetrante sensación que marca por oscuros momentos la tendencia que me induce a asomarme hacia el abismo del olvido.

Tortuoso ruidos se van sumando a mi inconsciente, apaciguando así mi marcha, logrando que una vez parado delante de mi mismo, no sepa ya que hacer.

Será que por eso que tomo la infelicidad como la felicidad. Asumo que no siempre quiero ser feliz, que es necesario ser infeliz de vez en cuando*.

Digamos que hay que sentir como quien mira, pensar como quien anda y cuando se ha de morir, recordar que el día como los instantes mueren y el poniente es presagio de otro instante que se gesta entre la nada y el todo.

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